La primera vez que lo vió, pensó para sí,
por favor no te enamores de mi,
no sabría como corresponderete,
venimos del norte y del sur,
nuestro punto intermedio aún no
aparece.
La segunda vez que lo vió,
en aquellos ojos encontró una cierta luz,
luz que la inquietaba, que la llevaba
a levitar levemente del suelo.
La terera ocasión, ya no se parecia a
la primera, los minutos corrían muy rápido
y la sala; el mismo mundo inadvertidamente
se llenaban de su voz, de su risa y su voz.
El tiempo para llegar a la cuarta ocasión,
desde la anterior, parecía tan largo y eterno,
como un largo invierno sin sol, como el verano
en sequía, esperando impaciente el tiempo de
ver llover, descubrió que el tiempo se media en su
presencia y ausencia, el punto medio aparecía.
Se encontró a sí misma, deshojando infantilmente
margaritas, lo observó llegar desde la lejanía,
mientras sus labios murmuraban, enamórate de mí,
pronto, quiéreme, confiesalo ya, este día.
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