De sus manos, antes llenas de letras,
ahora sólo se veían puños.
De sus historias agudas como agujas,
ya sólo se sentía el filo,
dando vueltas por entre sus "arteriales",
palpitantes ríos de vida.
Ni siquiera había más tormentas de llanto
azotando la puerta trasera de su conciencia,
ni siquiera una nota de blues
para agonizar un poco más en la espera.
Era en ésa mesa de madera,
dónde tantas veces escribió sobre su aroma,
sobre los mares que huyeron
a crear tsunamis tras su sombra.
Era en ésa mesa,
dónde descansó su cabeza, tan cansada de sueños,
ahí dónde los papeles se recreaban
en la multiplicación de versos.
Huérfanos de todo,
menos del tabaco y el café.
Ahí, dónde soltó la pluma,
dónde abrazó a la duda,
dónde voluntariamente apagó la luz,
llama por llama, vela a vela.
Dónde sus rosas murieron ahogadas
dentro de la botella de whisky,
dónde aún la memoria le recordaba ésos,
sus muslos como alas de paloma,
emprendiendo vuelos largos,
enlazados a su espalda.
De sus manos llenas de letras,
ya no quedaba nada,
tan sólo afiladas palabras guardadas,
oscureciendo la mirada.
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