jueves, 20 de febrero de 2014

Papeles entre la ciudad.

Era un buen día para caminar por la orilla de las calles,
para suspirar un poco bajo la lluvia que bañaba, pintando de tristeza,
la ahora cara gris de la ciudad, era, según su opinión, como esos payasos
de expresión caída y fúnebre que alguna vez vio colgados en una pared.
Así se dibujaba la oscura ciudad.
Siempre recorría el laberinto de callejones estrechos, buscando
alguna cosa tirada que pudiera vender o cambiar,
no deseaba la riqueza, ni los tesoros extraviados entre la basura,
solo anhelaba el alimento, para un solo día más.
Después, llevaba su hallazgo hasta el expendió de pan,
el dueño, lo cambiaba por su producto, un poco de queso
y el diario que no leería más.
Aquél diario, era una de las cosas más importantes de la jornada,
era a su vez la mullida cama, la elegante cortina y las letras
que desfilaban por gran parte de su pared.
Tenía la sonrisa muy guardada, solo aparecía cuando
recostado en su lecho unía letras y cruzaba las historias del
diario, así disfrutaba de descabelladas fábulas creadas en
las notas de la ciudad.
Otras veces, su vista se perdía, se le escapaba la mirada
por esas ventanas, entre las letras de las cortinas,
recordaba un tiempo olvidado, un amor que no fue,
unos labios que, pensaba, hace muchos años
no le habían nombrado.
Una risa de niña que nunca volvió a ver,
sus propios pasos alejándolo del mundo del
que alguna vez él formo parte también.
Se movía sobre su costado,
acomodaba la palma de su mano bajo su rostro,
apenas un suspiro que le devolvía el aire y lo salvaba
de quedarse perdido ahí, entre el recuerdo
y el olvido, que día a día estaba condenado a padecer.
Volvía a unir historias, ya era imposible rearmar la sonrisa,
luego aquellas fotos de sociedad, le hablaban de fiestas,
de festejos y de logros...esas caras, a veces creía
encontrar los ojos de su niña.
Sabría Dios si al encontrarlo le ardería
la sangre que de él le corría por sus venas,
o le palpitaría el pecho y le llamaría ¡Papá!
Él solo  tenía la pista de su mirada,
pero hacia tantas primaveras que
padecía los inviernos a cuestas, fracturando,
tanto su memoria, como su espalda.
Un día se fueron y él también se fue después,
ellas con rumbo desconocido, él sin conocer
lo que sería su suerte, ellas buscando la libertad,
él, buscando el olvido.
Encontró un dulce de menta en su bolsillo izquierdo,
lo desenvolvió y lo comió despacio,
como cuando alguna vez también
fue un niño, le quemaba un calor atravesando su rostro,
lágrimas sin sonido, dolor ya sin nombre.
La noche aún es joven se dijo,
y salió de su habitación de papel.
Se desbarató de recuerdos por las calles,
olvidándose otra vez que alguna vez
había sido amado y de quién era él.

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