Era una buena noche para contemplar la luna, sin embargo, la seguía ignorando,
tenía un pesado libro en su regazo, leía despacio, pero leía, le hablaba de las verdes
y hermosas tierras de la lejana Irlanda. No podía evitar el tener un poco húmeda la mirada,
aparecían ante sus ojos las visiones de esperanzas que la juventud hace años se llevara,
aquellos sueños felices llenos de inquietantes aventuras no cumplidas, de viajes hacia diversas
tierras desconocidas, sueños de amores y de poesía.
Sentía que sus manos danzaban bajo la luz de la lampara, sus dedos se convertían en piernas
jovenes y sanas que muy lejos nuevamente le llevaban, caminaba en aquellas calles empedradas,
en aquellos otoños con sabor a café de las tardes y las mañanas, volvía al sitio donde la vio la última vez, respiraba aquél aire con aroma a bosque, tan despiadadamente frío.
No sabía, ni supo nunca si aquel frío era una verdad vivida, o un síntoma del dolor de
ver al amor perecer, a las 4.20 de la tarde de aquel absolutamente gris martes que
solo sucedió una vez, pero en su memoria constantemente podía volver a ver.
Le temblaba la página entre los dedos...
Sofia y su vestido negro, negro, tan negro como el luto venidero, por el amor muerto,
Su piel clara de porcelana, su cabello recogido completamente negro, ése perfume que
amenazaba a pasión desde su cuello, mezcla de ella, mezcla de esencias, ¡sabrá Dios que más era!,
pero era su belleza, su ahora ausente y misteriosa belleza.
A las 4.21 ya eramos historia- se decía, ni un paso atrás en el reloj era posible, el sonido de sus tacones
abandonó no solo su calle, también su vida, al dar vuelta en aquella esquina.
Le llovió amargura por dentro un segundo después de perderla, trato de encontrarla, pero
Sofia ya estaba muerta, muerta en las calles empedradas, de aquella ciudad lejana,
no muerta de cuerpo, pero muerta de presencia, nunca más la encontraría, nunca más su nombre
pronunciado por su boca escucharía.
Y así volvió después de unos meses a su tierra, pues comprendió que aunque uno busque, si alguien
no desea ser encontrado, no lo será ni aún removiendo las piedras, ni el gris asfalto.
Sofia y la luna fría que ilumina mi cabecera, tanta noche de estrellas, como para crearte un mapa hasta aquí, pero Sofia, tú jamás llegas...
Hace 54 años 5 meses 13 días y unas horas que te estoy recordando...
Cerró el libro de sus recuerdos, observo con ojos temblorosos de anciano, el mapa del firmamento,
Sofia se estaba asomando en lo profundo del cielo, ahora ella le trazaba su mapa de luz y de estrellas
para el final reencuentro.
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